El libro  de la abogada Mónica Ferrero cuenta  a través  de la historia de una pareja de inmigrantes anarquistas españoles, las luchas anarco-sindicalistas en nuestro país, en particular de Córdoba, desde la Reforma Universitaria hasta fines de la última dictadura. Con una voz femenina encarnada de ironía, dolor, referencias a acontecimientos históricos,  y una rigurosa documentación, se denuncian las formas de poder y opresión donde la patria está con sus hermanos libertarios. Un llamado a la reflexión que interpela el rol de la militancia social.

Por Myriam Mohaded

Ferrero 2

La autora cuenta en su prólogo que en el 2011 el historiador Norberto Galasso “le mojó la oreja”, cuando  al enterarse de que iba a escribir una novela sobre los anarquistas, le preguntó  si iba a hacerlo sobre la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre. En ese momento se quedó callada, pero esa duda de no saber ubicar bien los hechos en el torrente de datos que tenía en su mente, la empujó a leer a todos los grandes de la izquierda nacional. Pero  el empuje no sólo tuvo que ver con este episodio, si no con una novela anterior que aún no publicó. “A las barricadas” cuenta sobre  una pareja de inmigrantes españoles, Dionisio y Justina, él ayudante de sastre y ella costurera, que llegaron a la Argentina del Centenario: la novela trama un relato de ficción que recorre las diferentes luchas obreras y principalmente ácratas, enclavadas en Córdoba.  La historia es narrada por diferentes voces, pero centralmente son las palabras de  Justina y  sus hijas, quienes denuncian la trama de explotación. La lucha de las amas de leche, de las fosforeras, de las tizadoras, costureras, parte de las reinvidicaciones del movimiento anarquista,  el rol de la prensa a través de los diarios “La Idea”, “La Protesta”, o el “frailuno”“Los Principios”, la desaparición de bebés durante la última dictadura, están reflejadas en este material que posee una documentación exhaustiva y de lujo para el lector.   El libro posee también un glosario con palabras que quizá no se puedan conocer y de referencias políticas, un anexo documental con fotografías y publicidades del movimiento anarquista y, por último, letras de canciones anarquistas.

foto antigua costureras

Fotografía de antiguas costureras, circa, 1920

–          ¿Qué te propusiste con “A las barricadas”?

Siempre me interesó el papel de las luchas obreras y culturales, sobre todo porque soy de una familia donde los hombres iban y venían, pero las mujeres permanecían. Entonces me puse a estudiar cómo se dio la historia del anarquismo en nuestro país y también fue significativo el papel de mi abuela -hija de inmigrantes andaluces- que quedó ciega muy joven. Con mis hermanas estudiábamos junto a ella las carreras universitarias y por las noches le encantaba contar historias de nuestra familia y la de otras familias poderosas  con mujeres que llevaban adelante la casa. Mi abuela creía  que la mujer sólo se podía insertar a través del estudio y luchar para tener un lugar igualitario con la idea de que no había que traer hijos al mundo porque era para su sufrimiento.  Una noche, ya postrada, me dice qué mala suerte que nací en la fecha en que fue, porque si hubiera sido veinte años antes sería sufragista, divorcista y abortista. A mí siempre me quedó esa historia del lugar que  tuvieron las luchadoras obreras, las escritoras, las artistas, las pintoras y también el tema de los inmigrantes, particularmente, los que habían traído las doctrinas políticas libertarias y socialistas a nuestro país y a Córdoba.

–          ¿Y cómo comenzaste a transitarla?

Siempre leía las columnas de “Comercio y Justicia” que escribía el periodista Enrique Escudero, con quien conversé varias veces. Yo soy una anticlerical militante. El me aportaba datos, pero también me provocaba. Por ejemplo, durante la manifestación de las fosforeras en 1904 “aparecieron tus amigos”, solía decirme. Entonces traté de encontrar estos supuestos amigos míos, “curas” y “ patricios católicos” y cómo fue Córdoba cuando el anarquismo fue reprimido, cómo estuvo y evolucionó, unido y, a veces, semioculto con  el movimiento socialista, el sindicalismo, el radicalismo de Irigoyen, el rojo de Sabattini y sus enfrentamientos innumerables con la Iglesia y las grandes familias.  En esto, otros de mis temas es la lucha contra la privilegiatura, esos grandes apellidos en Córdoba que ocuparon lugares en la Iglesia, en el gobierno, en la universidad, en la justicia, la industria, las empresas y sus grandes empresarios.

 

–          En tu libro describís el paso que los sindicato realizaron, al ser primero de  oficios y luego por rama, con lo que implica un  cambio importante en  la configuración del movimiento obrero…

Es un fuerte cambio en el movimiento obrero argentino que se da en todo el mundo. En los comienzos del anarquismo entre los primeras asociaciones de trabajadores estuvieron las Sociedades de resistencia de gráficos, por ejemplo, antes del 1900 llegó a la Argentina el gran escritor y publicista italiano Errico Malatesta y fundó la Asociación de los panaderos que, en principio, tenía un amplio sentido mutual reivindicativo con un gran desarrollo cultural y social y poseía también una revista. A partir de 1902, con la sanción de la Ley de Residencia se expulsa a una cantidad enorme de extranjeros considerados peligrosos. Muchas veces se expulsó al padre, que era el anarquista, socialista, sindicalista y quedó la familia sola, con el agravante de que aquí las mujeres no tenían acceso al trabajo y muchos obreros y mujeres eran analfabetas. Entonces, una de las primeras acciones que hicieron estas mutuales fue crear las Cajas para ayudar en forma solidaria a esas familias que atravesaban una situación dramática  y  recién entonces ayudar a  tener conciencia de la problemática social, o bien realizar alguna publicación.  La tarea era que las ideas reivindicativas llegaran pero, lógicamente, cuando no alcanza ni para comer es difícil luchar por lo social, cultural y recreativo.

–          La novela posee un relato sostenido sobre distintas voces, principalmente de Justina y sus hijas, también habla Dionisio …

Sí, siempre he tratado de hacer monólogos donde cada uno habla para poder ver el problema desde distintos puntos. Y hay una evolución histórica desde el Centenario hasta 1982, con Alfonsín cuando todavía no había elecciones. Lógicamente necesitaba distintas voces porque han sido distintos los procesos históricos en los que se desempeñaron unos y otros. Y como muchas de estas novelas  familiares, son numerosos los personajes, las mujeres, y cada una habla desde un lugar distinto.

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En mi tierra de Galicia, los árboles daban manzanitas ácidas y rojas, higos y pavías de miel.
En esta tierra maldita de América, Los árboles sólo dan ahorcados de uñas quemadas por las picanas de los Lugones y alpargatas vendidas por la Fabrica Argentina de Douglas Fraser & Sons.”
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–          En el texto se pone en consideración las luchas feministas actuales, la decisión de no tener un hijo, de abortar, la mujer presa a la que le roban su hijo, la desaparición de personas que como en el 1930 y en el 1970 la historia se repite. ¿Hay una intención de reflejar esto?

Sí, lógicamente los más vulnerables son las mujeres y  niños. La novela ha tenido mucho trabajo de documentación histórica, pero también conté la historia de mi abuela, o de mi suegra que como era radical y antiperonista la iban mandando cada vez más lejos en su trabajo de maestra, la fueron trasladando de escuela a escuela, hasta llegar a un obraje, donde las paredes de las casas eran bolsas de arpillera.

–          “¿El anarquismo, qué fue para mí Dionisio?” Le pregunta Justina, su mujer, y deja una reflexión que camina entre el pesimismo y  realismo en torno a ese movimiento.

Si  nos quedamos con el último capítulo es como que la lucha social y política no vale la pena, pero en el anteúltimo, una de las hijas más jóvenes, Rocío,  vive la violencia del proceso militar, perseguida en la universidad,  es exilada, vivió la Noche de los Lápices.  Rocío, en realidad se llama “Acracia Manso Cadenas”,  que es también el nombre de una de las hijas de Teodoro Suárez, gran luchador anarquista que ingresó al servicio penitenciario en el penal de Ushuaia para favorecer la huída de Simón Radowitzky. Ella cuenta lo que le pesó ese nombre en la historia y revaloriza su herencia reconociendo que la idea de lucha la recibió de su padre. Otra de las hijas, Zoe, también desde París reivindica como quedaron en ella marcadas las batallas de sus parientes, y que eso relegó la idea conseguir una familia, un trabajo estable o dedicarse a esas otras cosas que le darían paz y tranquilidad. Recuerda las canciones de lucha y reconoce que no puede renegar de esa historia familiar.

–          En las páginas aparece el diario “La Idea”, uno de los periódicos que difundía sobre las causas anarquistas…  

En la mayoría de los lugares, debía ocultarse quiénes eran anarquistas, el diario se  entregaba escondido entre las ropas, la mercadería y se leía también en privado por la persecución y represión a las ideas libertarias. En un capítulo se incorpora el relato de estas entregas del periódico “La Idea”, de Cruz del Eje, como  una transpolación  narrando como si fuera en la década de los 30, lo que hacían dos personajes actuales: Dreyfo Alvarez y José Luis Planas, que andaban en una renoletita que se les paraba en cualquier lado. Alvarez tiraba el diario desde el borde de la renoleta en movimiento – en el libro un Ford T – porque si paraban, no arrancaba más. El auto era “un engendro mecánico, mitad cohete y mitad trencito manisero” porque habían gastado más en hacerle una adaptación de soldadura que lo que valía el auto.

–          ¿Cuáles aportes le dio “La Idea”?

“La Idea” se mantuvo mucho tiempo por varios de los periodistas del Cispren, yo mandé varios trabajos, pero lo  que además lo caracterizaba es que era impreso con caracteres de tipo móviles, de las imprentas originales. Hace unos años fuimos con unos amigos y conocí a uno de los once hijos de don Nicolás Pedernera, su propietario original, quien me prestó tres tomos de la colección Ideas y Figuras anarquistas con unos dibujos bellísimos de ácratas porque su papá la había reimpreso y encuadernado para Cruz del Eje. Una belleza. De allí tomé muchos relatos y me di con  ese personaje anarquista fabuloso que era Iris Pavón.

–          ¿Qué hay de Iris Pavón?

Ella era muy bajita y tenía la única librería que había en Cruz del Eje en ese momento entre los años 1930 y 1940. Iris se subía en un cajoncito de manzanas, arengaba a la juventud y provocaba a las mujeres que iban a la iglesia poniéndoles en el escote volantes. Ella tenía un centro que era anarquista en el que hacían cuadros líricos, teatro reivindicativo, donde se narraba la tragedia del peón, el enfrentamiento con los patrones, y la policía y era como un modo de hacer conocer las ideas del anarquismo a través de los Círculos de Lecturas.  En una gran movilización que hubo en Córdoba cuando liberaron a 32 dirigentes  obreros de distinta extracción, como, por ejemplo, José y Jesús Manzanelli del Partido Comunista, que habían sido enviados a Tierra del Fuego, y eso había provocado que  desde diferentes provincias vinieran a oponerse a este traslado en el que a los prisioneros los llevaron como animales en trenes cerrados, hacinados unos arriba de otros, no les daban ni agua. Cuando los pusieron en libertad, años después, hubo también una manifestación importante donde tanto la Legión Civica -un grupo civil de propietarios católicos- se unió a las fuerzas del orden que se encargaba de aplastar la lucha social. Ese día más de tres mil personas esperaron la llegada del ferrocarril cantando la Internacional, Hijos del Pueblo, y cuando llegaron hubo muertos, bebés y gente golpeada  a la que le tiraban los caballos encima. Iris Pavón estaba con su compañero acá y fue una de las personas que después en “La Idea” sacó un artículo de esa crónica.

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“¡Hala, niña, basta de llantos!”

Y me levanté, como arrastrando un corazón de cien kilos de piedra, y me fui a lo de la tía que no tenía consuelo y cuando se aquietaron las cosas, volví a la Facultad a recibirme de médica, como pudiera, para tratar, como decía mi madre, de remediar a esta raza de suicidas con los que siempre íbamos a enredarnos y me prometí a mi mismo a dedicarme a ayudar  a otras mujeres a traer vida a este mundo de muertos.”

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portada critica y la protesta

Portada de «La Protesta» y diario «Crítica» en ocasión del asesinato del ejecutor del Teniente Coronel Varela, Kurt Wilkens en la Peninteciaria en 1923, por haber vengado la represión de la Patagonia Rebelde.

Una novela militante 

Para Mónica Ferrero, uno de los aspectos interesantes de los anarquistas es justamente “cuando una busca en los periódicos o revistas, nunca aparecen los verdaderos nombres, para evitar la persecución. “A las barricadas”, dice la autora,  es una novela militante, como también el modo en que la escribí. Yo quería publicarla antes de que se fuera Cristina Kirchner del poder, que con todas las críticas y demases a los gobiernos kirchneristas, nos permitió salir de esa enorme decepción y desinterés político”. Me parecía que tenía que ser un mensaje para dar antes de que terminara esa gestión.

–          «A las barricadas» posee un intenso trabajo de archivo sobre el movimiento obrero de Córdoba…

Sí, por un lado, no es lo primero que escribo, entonces tengo un archivo personal que armé durante muchos años sobre anarquismo e historia obrera. Si bien estoy jubilada, trabajé 33 años en los tribunales provinciales, entonces el material documental es básico. En Córdoba deambulé por la Biblioteca Mayor, la hemeroteca de la Legislatura,  la del Cispren y bibliotecas de familiares y amigos y las librerías de viejos y usados de los lugares a donde fuera. He ido también a la biblioteca de la Fundación Libertaria, una casa que se viene abajo, como casi todos estos emprendimientos, que se ubica en el barrio Constitución, en Buenos Aires, donde estaba casi todo el material que me hacía falta.

–          ¿En qué género la ubicas a tu novela que transita la historia y la ficción?

Es una novela histórica, el personaje no es una sola persona si no es un personaje colectivo. Me manejé con biografías y autobiogafías, por ejemplo, la vida de Diego Abad de Santillán,  de La Pasionaria, de Sabattini,  de Juana Rouco Buela, y tantas otras biografías y autobiografías libertarias. En un momento, me daba cierto temor la excesiva  similitud con esos textos y también, el problema de la incorporación de una historia desconocida por los lectores porque leí mucha novela histórica donde el peso de la historia es de manual y te demuestra el fracaso cuando uno no puede elaborar un relato fluido, que la gente que no tenga conocimiento de la historia sepa qué es lo que ocurrió, pero que no se articule naturalmente en el texto. Muchas veces los procesos de creación son así.

 

Fotos: Silvana Santillán Aleon e imágenes cedidas por la autora del libro. 

 

 

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