El escritor Martín Kohan reflexiona acerca del efecto que ejerce la lectura de las frases sueltas o que son lanzadas, ya sea de textos escritos en cualquiera de sus géneros son sacadas de contexto. Nos interpela acerca de qué sucede cuando una obra sufre recortes, amputaciones.
Por Martín Kohan*
Martín Kohan reflexiona sobre el efecto de lectura de las frases sueltas o «soltadas»: ¿qué pasa con una obra cuando sufre amputaciones y recortes?
Entretanto Machi Rufino organizó una presentación de El jardín de los presentes de Invisible. Y en el CCK (así se llamaba) hubo un ciclo anual dedicado a varios discos de Spinetta, como Pelusón of milk o Kamikaze. Y Adrián Iaies hizo ya dos conciertos (uno en el Teatro Colón, otro en el Teatro Coliseo) con Artaud. Y Fito Paéz celebró con numerosos recitales el aniversario redondo de El amor después del amor, y luego hizo lo propio con Circo Beat y Del 63. Y en todos los casos lo que hicieron fue tocar los discos completos, de punta a punta, y en el orden original de los temas.
Es decir que no todo en este tiempo es escucha dispersa de canciones sueltas, desgajadas, deshilvanadas, sacadas de contexto, con el promedio de unos tres minutos como unidad de escucha y atención. Cabe decir al menos que a esa tendencia general, que es sin dudas dominante, no le faltaron algunos contrapesos puntuales: la apelación a otros criterios de unidad y a otra escala temporal de la escucha, que son las que hace años prevalecían.
Una canción es una canción y puede bastarse a sí misma: de eso se trata. Empieza, se desarrolla y termina, y es un todo como tal. Pero ese todo se integraba a otro todo, que era el disco, y el disco a su vez a una discografía, que era la obra de un músico. Y el carácter de cada canción, sin resignar su autosuficiencia, cobraba un sentido mayor en el conjunto al que pertenecía, ya fuera bajo el criterio de cierta homogeneidad de estilo, de atmósfera, de sonoridad, ya fuera bajo el criterio de un efecto de disonancia premeditado por el artista como cambio de clima o contraste.
Cuando este asunto se plantea, y cuando en ese planteo se busca alguna analogía literaria, la referencia más esperable suelen ser los cuentos o eventualmente los poemas. Porque también un cuento o un poema pueden bastarse a sí mismos y leerse como tales, o ser parte de antologías en las que su entorno se reconfigura. Pero la noción de libro persiste, tal como Rufino o Iaies o Páez hacen persistir la noción de disco: la premisa de que ese cuento o ese poema formaron parte de un todo cuya articulación y secuencia fueron tramadas por los autores, no menos que la propia escritura.
Sea: hay un todo y hay fragmentos; pero el todo no es solamente un todo, sino también fragmento de un todo mayor, y el fragmento, siendo fragmento, puede a su vez funcionar como un todo en sí mismo. Pero en el caso de los textos escritos parece suceder, de un tiempo a esta parte, que la tendencia a recortar y aislar opera en otro nivel: ya no en el del cuento o el poema, unidad de género, y ni siquiera en el de la estrofa o el párrafo, sino en el de la frase: la frase suelta. O por mejor decir, la frase soltada.
No se trata del aforismo, no: no se trata de la frase que se piensa y que se escribe para ser sola y decir sola (y así funciona cada uno incluso en un libro de aforismos, sea de Porchia o sea de Nietzsche o sea de quien sea). Tampoco se trata de ese grado de compenetración de escritura, en procura de perfección, del que se ocupó Roland Barthes en su ya clásico “Flaubert y la frase”. Ni se trata de ese prodigioso arte de la cita que propuso y practicó Walter Benjamin, por el cual las frases, montaje mediante, entran en otras series y cobran otros sentidos. Se trata de algo bien distinto: de un hábito de lo desperdigado, de un desgano de sobrevuelos someros, por el cual las frases sueltas, o mejor: las frases soltadas (sacadas, no ya de contexto, sino del propio texto), pierden su sentido pero sin ganar algún otro a cambio, se reducen a unidad sin querer ni poder serlo; despojadas del enhebrarse que las sustenta, derrapan en la distorsión más equívoca, en el disparate de lectura, en no saber qué cosa se dijo. Se lee así la frase suelta: soltada de la novela pero sin leer la novela, o soltada del artículo pero sin leer el artículo, o soltada de la entrevista pero sin leer la entrevista; de tal modo que la frase suelta no es ya más una operación de lectura, sino más bien de deslectura o de antilectura, salvoconducto del no leer. No leer y comentar. No leer, pero comentar.
Curiosamente, la noción de fraseo, que se emplea en la música no menos que en la literatura, presupone duración, cierto sostener la atención en la escucha o la lectura, ya se trate del fraseo de Troilo, ya se trate del fraseo de Saer.
*Nota publicada en : https://eternacadencia.com.ar/nota/larga-duracion/11134