Maestra en el arte de la entrevista, la periodista trabaja en los nuevos episodios del podcast “Alerta que camina” del Centro Cultural Kirchner, que trata sobre las luchas feministas de América Latina en articulación con otras luchas del continente. En paralelo, la próxima temporada de “Historias debidas” será parte del lanzamiento de la programación 2022 de “Encuentro”, al cumplirse 15 años del canal.

Por Redacción*

Periodista, productora y directora de cine documental, Ana Cacopardo tiene una manera especial de ver el mundo que se plasma en cada uno de sus proyectos. Codirigió los films documentales Cartoneros de Villa Itatí (2002), Un claro día de justicia (2006) y Ojos que no ven (2009), El pasado que no pasa (Guatemala, 2012) y Ayotzinapa (México, 2015). Fue conductora y productora general de las series Historias debidas e Historias debidas Latinoamérica realizadas para la Televisión Pública y Canal Encuentro y fue directora ejecutiva de la Comisión Provincial por la Memoria. En esta entrevista, la docente de posgrado y codirectora de un grupo de investigación del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) habla del oficio de la entrevista, la importancia de los silencios y sobre cómo fue su llegada al feminismo.

-Es conocida por tener el talento de manejar el arte de la entrevista, ¿qué le interesa del género?

-Me interesa la posibilidad de acercarte a la condición humana, a esas cosas que son propias de cada una de nuestras trayectorias. Me interesan los quiebres, lo más dilemático, las personas que se inventaron a sí mismas y que se inventaron en condiciones de mucha adversidad, que se convirtieron en activistas, que desde el dolor lograron reconstruir activismos que son faros, pero fundamentalmente me interesa el encuentro con el otro. Me gusta la conversación con el otro y me encanta la entrevista porque son dos corporalidades que están ahí en un ritual donde no solamente cuenta la palabra, donde hay un brillo en los ojos, donde hay una emocionalidad, donde todo comunica. Me fascina ese encuentro al que siempre llego queriéndolo saberlo todo.

Con la cantante Lila Downs.

-¿Cómo encara las entrevistas?

-Soy muy obsesiva. No solo sobre las trayectorias biográficas, sino también sobre los contextos, los territorios donde se desarrollan esas biografías que nos permiten comprender lo colectivo. Y aunque voy con todo eso, que parece que lo investigué todo, que lo sé todo o casi todo de cada personaje, me encanta lo que sucede siempre, que una se sorprende. Siempre en las entrevistas hay giros que te sorprenden: la emocionalidad se juega en lugares inesperados. La entrevista en profundidad te trae lo más bello, lo más interesante de la condición humana. Eso me fascina. Aprendo y sigo aprendiendo cada minuto. Sobre todo de la gente común, de la gente que habitualmente no está en la tele o que no está en los medios. Ahí encontrás algo distinto, historias sin respuestas prearmadas.

-¿Cuáles son las claves para una buena entrevista?

-Cuando doy clases me gusta usar tres palabras: situar, historizar y territorializar. Situar una biografía en su desarrollo, en su trayectoria y tener la posibilidad también de historizar y territorializar, es decir, ver dónde se desplegó, qué territorios marcaron, qué conflictividades atravesaron. En general, trabajo con historias o con personajes, que de distintas maneras me interesan. Hay algo que me seduce de esas historias, que me resulta admirable, relevante, entonces el vínculo que establezco es un vínculo emocional, empático. Y te diría que otra clave es saber esperar. Las mejores entrevistas surgen cuando vos tenés enfrente una persona que ha logrado hacer una elaboración y que quiere compartirla, que quiere, que desea compartir su historia. Eso significa saber esperar.

Recomiendo leer a la periodista uruguaya María Esther Giglio, que me parece una gran maestra, y los libros La guerra no tiene rostro de mujer y Voces de Chernóbil, que son formidables, de (la escritora bielorrusa) Svetlana Alexievich (Premio Nobel de Literatura 2015).

-¿Podría nombrar algún ejemplo?

-Me impresionó mucho lo que decía Mariana Dopazo, la ex hija de Miguel Etchecolatz, en una entrevista en la revista Anfibia. Decía: “Marché contra mi padre genocida”. Me parecía muy impactante todo el proceso. Esa refundación de la ética de la desobediencia. Sin embargo, por un conjunto de razones, Mariana no estaba preparada para poner el cuerpo. No se mostraba, no mostraba su rostro. Hubo que saber esperar. Saber esperar que tu personaje, tu entrevistado, se brinde. Y algo muy importante es que para mí la comunicación no es solamente la palabra, sino que incluye la configuración emocional. Tenemos que escuchar esa configuración emocional que tiene el relato que tiene un silencio. No nos bancamos los silencios. Me acuerdo del Chango Spasiuk. Cuando grabamos con el Chango, el Chango y yo éramos los dos chiquitos porque era la etapa cuando empezamos a hacer Historias debidas en Canal 7, en 1999, 2000, la etapa de la Alianza, la etapa de un Canal 7 súper lindo. Ahí estaba (Fabián) Polosecki, Todo por dos pesos, esa etapa nosotros empezamos a hacer en la televisión abierta Historias debidas y yo me acuerdo que con el montajista de Historias debidas dejamos un silencio de 50 segundos y el montajistas me decía: este silencio no va a pasar, es un bache. Y yo le decía, ¿cómo que es un bache? Por supuesto que pasó y que fue un momento hermoso y me parece que eso también es un condimento único, maravilloso, que luce especialmente cuando hacés entrevistas televisivas y que si hacés crónica periodística, tenés que contar ese silencio: incluso puede ser el momento más importante de esa entrevista. Porque a veces no encontrás las palabras. A veces las palabras no alcanzan para contar una experiencia o apenas la pueden bordear. Hay experiencias que son tan límites, que la palabra apenas puede bordearla. Por ahí la palabra poética encuentra la fórmula, pero cuando no llega la poesía, cuando el lenguaje no se reinventa, las palabras no alcanzan, y es ahí cuando vienen a decirnos, en muchos casos, y en particular cuando recorremos trayectorias de líderes sociales, de activistas de derechos humanos, que las palabras no nos alcanzan, que las palabras apenas caminan por el bordecito de algunas experiencias que hemos debido atravesar.

-La palabra queda corta para transmitir la tristeza.

-Los silencios hay que sostenerlos, que a veces aprender y sostenerlos no artificialmente, también escucharlos. Hay momentos en una entrevista en los que tenés que intervenir y hay que hacer un giro y hay momentos en que hay que dejar transcurrir esos silencios porque vienen a decirnos cosas. No hay posibilidad de hacer una buena entrevista si no hay una escucha sensible y atenta.

-¿Tiene pendiente a alguien que quisiera entrevistar?

-Siempre tengo… no hay nombres. En este momento no te diría un nombre, en todo caso tengo agendas abiertas en cantidad de proyectos que algunos trabajan, pivotean sobre un personaje, pero en esta etapa estoy haciendo quizás un periodismo menos de personaje y más de mundos colectivos. Lo que sucede es que me gusta contar esos mundos colectivos desde el prisma de un personaje. Me gusta no perder la condición humana. No perder la subjetividad. No perder eso porque nos aproxima de otra manera y me parece una estrategia para acercarnos a experiencias que parecen muy lejanas que sin embargo, cuando lográs contarlas desde un personaje, se vuelven más reconocibles. Encontrás ahí un espejo en el que identificarte.

En el memorial en Sacaba, Bolivia.

-En una entrevista el año pasado decía: “En este momento tengo ganas de hablar de esperanza y de resistencia”, ¿de qué tiene ganas de hablar hoy? ¿La siguen convocando esos temas o son otros?

Todavía siguen siendo esos temas aunque en algún momento nos deberemos el espacio y el tiempo para poder pensar y escribir en torno a esto que nos está pasando. Creo que la experiencia pandémica está dejando una huella civilizatoria y una huella en nuestras vidas; y me parece que todavía no tenemos la capacidad de ponderar, solo de intuir. Seguramente para nuestro oficio, para las ciencias sociales, para quienes desde la cultura hacen ensayos, será un tópico al que habrá que volver. Pero siento que necesitamos un tiempo, una distancia, porque ha sido una etapa profundamente dramática y traumática, con nuevas experiencias de la muerte y de la vida. De la muerte en soledad, de la vida sin los vínculos. Y con todos los interrogantes que nos genera este deseo de volver a la normalidad de antes; quizás con la intuición de que no vamos a volver a esa normalidad, que hay una zona de la virtualidad que seguramente se va a quedar. O al menos la pretensión de muchos será que continúe entre nosotros, si pensamos en la precarización laboral, en la cantidad de horas, en lo que significa para una empresa la ventaja de una trabajador en su hogar. La normalidad que se viene va a ser un objeto de disputa.

Yo ansío volver a una normalidad de los vínculos, de estar entre la gente, de caminar, de andar; tengo un deseo profundo de eso que creo que es lo que a mí me empujó al periodismo.

-Me resulta muy interesante una descripción que hizo sobre las formas hegemónicas de comunicación, la resignación y el miedo. Dijo: “El miedo y la resignación buscan paralizarnos en las narrativas hegemónicas”. ¿Qué salida encuentra a esta situación?

-Los relatos hegemónicos vienen a decirnos que este orden de cosas es el que hay, al que hay que resignarse, que no se puede otra cosa; porque a los que intentan otra cosa no les va bien. Como siempre ha sido en la historia de la humanidad y hoy con especial fuerza por la penetración que tienen los medios masivos de comunicación y las redes y cómo construyen subjetividad, el miedo y las políticas del miedo son una herramienta de control; y la resignación es hija del miedo. Yo creo que eso no es cierto, que es una gran mentira que haya que resignarse a lo que hay porque cuando mirás el mundo social en nuestro continente hay una cantidad de experiencias políticas y sociales que recuperás la esperanza de que hay otro mundo posible que está también entre nosotros, pero esas experiencias no circulan públicamente. Cuando digo que tengo ganas de hablar de la esperanza, no es una esperanza tonta o ingenua sino que hace pie en una cantidad de experiencias. En particular, yo hablo de América Latina es un laboratorio formidable de experiencias emancipatorias.

-¿Dónde encuentra esas experiencias emancipatorias?

-Fundamentalmente en el mundo social. Las encuentro en los pueblos, en las luchas de los pueblos indígenas, en los feminismos. Siento que hay algo nuevo en la lucha de los pueblos indígenas, que vienen a traernos una cosmogonía, que nos plantea al territorio no como recurso naturales sino como bienes comunes que tenemos que cuidar. Hay en los activismos feministas, socioambientales, indígenas, ahí hay una construcción nueva, hay resistencias exitosas. Cuando yo digo resistencias, la pregunta sería resistencias a qué. Yo digo resistencias de distinto tipo. Resistencias a la lógica que tiene la globalización neoliberal, a una lógica que convierte todo en mercancía. Todas estas experiencias, a veces son pequeñas y locales, sin embargo son experiencias que resisten exitosamente porque logran fundar otra cosa. Otras formas de la política, otra idea de la autoridad, una noción de reciprocidad.

-¿Cómo fue su llegada al feminismo?

-Generacionalmente, mi identidad política la configuró el movimiento de derechos humanos. Yo llegué en 1984 a estudiar Comunicación a la universidad pública a la ciudad de La Plata. Estábamos en plena transición democrática, para mí fue un parteaguas. Esos años, en los que el protagonismo de los organismos de derechos humanos como faro de la democracia me configuró tanto la identidad política como los temas, las agendas, de lo que me importaba hablar. El feminismo llegó más tarde. Para mí, personalmente, más a mediados de los 2000 también en el marco del ejercicio de este oficio, cuando con compañeras y amigas que sí eran feministas empezamos a conversar sobre lo que significaba contar en clave feminista, empezamos a acercarnos a un conjunto de agendas, que son agendas propias del feminismo, desde los debates en torno a la prostitución, a plantearnos una comunicación no sexista, los temas de la diversidad. A mí me interpelaron fuertemente, en clave de géneros y de feminismos, los relatos travas, trans, travestis. Conocerla a (la activista trans) Lohana Berkins especialmente. A mí me marcó mucho. Esas voces me marcaron mucho. De manera que fue un camino, un caminito que fuimos haciendo desde esos años. Después por supuesto se produjo con las movilizaciones masivas ya a partir de los debates en torno a la ley de legalización del aborto, se produjo un redoblar la apuesta, me parece que todas pensamos, re pensamos nuestras biografías, nuestras historias familiares, el lugar de nuestras madres, de nuestras abuelas. Creo que eso vino después, probablemente empujado por la fuerza política de la movilización masiva, ya de unos feminismos que eran unos feminismos con mucho arraigo territorial, vinculados a las organizaciones. Un feminismo que tenía nombre y apellido, los feminismos más populares, indígenas, comunitarios. A mí todo eso naturalmente me atravesó profundamente tanto en términos de una revisión personal como de una definición identitaria. Ahí, recién hace diez años, yo me nombro feminista.

-¿En qué proyectos está trabajando actualmente?

-Vamos a seguir haciendo podcast, que fue una propuesta del Centro Cultural Kirchner, en el formato de activismos feministas y transfeministas de América Latina. Un ciclo de podcast que se llama Alerta que camina, que nos ha permitido seguir haciendo en tiempo de pandemia. Además, una temporada corta de Historias debidas que será parte del lanzamiento de la programación 2022 de Encuentro, al cumplirse 15 años del canal. Y luego, otros dos proyectos que me tienen muy entusiasmada: uno codirigido con Mariana Arruti y el otro un proyecto documental de la productora de Lita Stantic.

Nota publicada en el sitio www.cultura.gob.ar

 

 

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