Liliana Escliar es escritora y guionista de televisión. La autora de “Malicia”, “Se presume inocente” – relatos con protagonistas que estuvieron presos siendo inocentes- , y coguionista junto a Marisa Grinstein de “Mujeres asesinas”, habla sobre el género femenino y negro, las búsquedas para que el código con el espectador no sea cantado, la esquizofrenia del discurso televisivo en relación a la perspectiva de género, la influencia de los soportes digitales en la ficción y el desafío de no hacer apología de la violencia ni tampoco victimizar al protagonista.
Por Myriam Mohaded
Ella anda con una libretita por todos lados y comenta que le encanta ser guionista para que le cuenten historias. Historias de taxistas, de bares, que ve en fotos, en el cine y en la televisión. Advierte que le gusta eso de entrar y salir de los personajes como quien se pone una ropa. Se siente plena de trabajar de lo que le gusta. “Soy una chusma con carnet”, dispara en un bar a la espera de su charla en la Feria del Libro de Córdoba, en el ciclo Córdoba Mata, II Encuentro Internacional de Literatura Negra y Policial”, donde habló sobre “Mujeres escritoras, mujeres víctimas, mujeres asesinas”.
– Cuándo escribís un guión, ¿desde qué lugar lo pensás?
Depende. El guión por definición es algo por encargo, porque a diferencia de cuando escribís literatura, no se completa hasta que no se realiza. El 98 por ciento de las veces que escribo un guión sé para quién es, qué idea tiene, o a veces viene por encargo de un productor, un director o de alguien que te dice tengo ganas de que vos escribas algo. Esto te define, porque cuando escribís no se tiene como en el guión una caja de producción que significa que lo tenés que definir con tantas escenas, etcétera. Para mí escribir un guión es imaginarme la película y escribirla.
– ¿La historia te tiene que gustar?
Sí, porque de lo contrario no la podés escribir. Es posible empezar por una frase, una foto, un registro, pero la historia tiene que convencerte, enganchar sino los personajes quedan como maquetas, sin vida. Gerardo Taraturo que era dramaturgo y director de televisión, una vez me dio la mejor definición de guión, decía “es meter a los personajes en un lío bárbaro y ver cómo se sale del problema”. Es eso: poner a los personajes como en una caja de zapatos, quedarse mirándolos y ver cómo salen.
– En el género policial siempre está presente la tensión de la vida y la muerte…
Sí, pero además es algo muy lúdico. Es una invitación al espectador y a realizar una dosificación de la información que no es necesaria en otro tipo de guiones. Cuando tenés un policial pensás desde dónde lo voy a contar, ¿desde el asesino?, ¿desde el investigador?, ¿desde el público?, ¿desde dios? Son decisiones muy divertidas que dan resultados diferentes.
– ¿Y lo definís en la medida que vas descubriendo la trama?
Sí, a veces hay tramas que no son muy sorprendentes donde no se puede generar expectativas cuando sabés que después vas a desilusionar. Otras veces, tenés personajes súper interesantes y lo que se le propone al espectador es que se vaya codo a codo con él. Es como un mundo muy vivo.
– En la elaboración de los guiones de “Mujeres Asesinas”, ¿cómo se dio el proceso de trabajo?, ¿de qué modo se conciben estos personajes que son mujeres antiheroínas pero al mismo tiempo también víctimas?
El punto de partida es el libro “Mujeres Asesinas”, de Marisa Grinstein, que tenía trece casos, editado por Norma y luego por Sudamericana. Al proceso de investigación lo hizo ella que es una excelente periodista, muy seria, rigurosa y, ahora, una gran guionista. Marisa siempre cuenta el caso de esa mujer que hizo empanadas con su amante, un caso que causó mucha curiosidad, a partir de allí las mujeres asesinas. Ella, con su enorme sensibilidad pudo entrar en los personajes. En ese momento, cuando Polka compra el libro y me contrata para guionarlos, el tema era cómo manejar la información y el punto de vista, porque no había posibilidades de suspenso, ya se sabía cómo terminaba. Entonces, lo que tratamos de hacer fue contarle al público cómo esa mujer, que no era una asesina por naturaleza ni mucho menos, había llegado a ese lugar y plantear una pausa dramática en la que esperamos que el público dijera “no sigas porque si no te va a matar”. No hicimos apología y creo que habilitamos un espacio, dudo si es de reflexión, pero sí de mostrar esa encerrona en que muchas veces la violencia pone a las mujeres que es una violencia reactiva.
– ¿Tuvieron contacto con las protagonistas?
La carga de la información la llevó Marisa. Ella comenta que el sentimiento predominante de esas mujeres, es el de alivio de haber escapado a ese sometimiento. En algunos casos fueron en la cárcel, y juntas, por ejemplo, entrevistamos a Yiya Murano.
Al escribir los guiones, ¿se despierta una sensibilidad sobre esa mujer de la que se habla y conciencia de esa función social de crear una historia que la ven muchas personas?
Fuimos conscientes cuando empezaron a llamarnos de lugares que trabajaban con violencia. En principio, era tratar de no hacer apología ni victimizar. Nos tratamos de mover en esos márgenes, porque tampoco la violencia es la solución, porque así como cuando el espectador le decía al victimario “¿por qué no paras que te van a matar?, le decía a ella “¿por qué no te vas?”. Y las mujeres contaban porque no se habían ido. Tratamos de entender cada caso, qué paso, el día a día de esa persona, porque obviamente el prontuario no lo dice.
– ¿Qué te dejó la experiencia?
Primero, la certeza de que se puede abordar cualquier tema de realidad. Después, fue sorprendente la repercusión, no esperábamos eso para nada. Creo que el éxito de “Mujeres Asesinas” tuvo que ver con la identificación, con eso de que en algún momento pasás por situaciones que no tan extremas pero sí análogas. Al bucear, con Marisa, fuimos entendiendo todos los ingredientes y nos pasaba que en la calle nos encontramos con mujeres que nos decían que en algún momento fueron maltratadas, tuvieron miedo o se sintieron desvalorizadas. Lo nuestro fue ecualizar lo percibido y exponenciarlo.
– Esa sensación de agarrar a alguien y atacar …
Y sí claro, si no, al menos, la situación de asfixia. Escuchamos cantidad de casos lineales de él le pega/ ella se defiende. A mí, el caso de la mujer que lo hizo al amante empanadas, creo que esa mujer tuvo la oportunidad de zafar porque el juez no le creía que hubiera cargado al hombro a un hombre por tener una contextura tan chiquitita. Pero ella le pidió al magistrado salir de su escritorio y lo levantó. Hay un orgullo allí que la condenaba, son muchos sentimientos. Esta mujer llegó a matar al amante porque la extorsionaba con contarle al marido. Son situaciones de mucha complejidad: estaba el respeto por la institución, pero implicó ponerse a bucear que había dentro de esa mujer. Yo siempre bromeaba que mientras escribiera Mujeres Asesinas nuestros maridos – Liliana es pareja del escritor Juan Sasturain- estaban a salvo, porque ponerse en los personajes era muy catártico.
– ¿La ficción tuvo cambios en su tratamiento en las producciones nacionales?
Muchísimos. Primero, hasta hace unos años, un personaje malo era impensable. Protagonistas tipo Breaking Bad no se podían creer. Desde hace unos cinco años para acá, tanto Dr. Lecter o Los Sopranos, producciones extranjeras que tuvieron gran incidencia, están todos los permisos de que el bueno no lo sea tanto y el malo no sea tan malo. Los soportes digitales también generaron otra manera de hacer la ficción.
Por otro lado, Alberto Migré, por ejemplo, hacía escenas que duraban siete minutos, ahora una escena no puede durar más de 30 ó 40 segundos. Migré escribía para una televisión de cuatro canales y ahora se escribe para una de ochenta. Lo que se escribe está condicionado por el control remoto, por los canales que están a los costados, por la ubicación en la grilla. Esto es siempre y cuando el espectador se siente a mirar la tele, porque ahora tampoco sucede. Actualmente, el espectador graba y mira todos los capítulos juntos. Mi manual mental me decía que antes de ir al corte tengo que terminar con la curva arriba para que después se quede mirando, ahora no. Por ejemplo, la serie Breaking Bad se da el lujo de hacer un capítulo de un tipo siguiendo a una mosca y no importa, porque el autor sabe que este fue visto todo junto en Netflix, y además lidiamos con espectadores expertos. La ingenuidad que tenían los espectadores de hace treinta años no tiene nada que ver con los de ahora. Los chicos se adelantan, saben a dónde va. Engañar a ese espectador, atraparlo, jugar con el código pero que no resulte cantado, es mucho más desafiante, más divertido.
– ¿Ha y algún tema que no tomarías dentro del género policial?
“Mujeres Asesinas” duró ochenta y cuatro capítulos y nosotras hicimos setenta y ocho. Los otros capítulos los escribieron otros autores porque no queríamos. Eran sobre madres que mataban a los hijos. Escribimos uno y no quisimos saber más nada, ¡quedamos vacunadas!
– Después de la marchad Ni Una Menos, ¿ese barómetro colectivo del momento social te condiciona a la hora de construir personajes del género femenino?
Yo creo que tenemos que tratar de trabajar en la misma dirección: hacer visible el problema para que la gente lo hable. El que vaya por la calle y me cuenten historias de violencia, creo que tiene que ver con el rol. Por alguna razón a partir de “Mujeres Asesinas” piensan que tienen una oreja conmigo. En esto, también hablé con una persona que da charlas sobre violencia, y me explicaba la importancia de que alguien pueda contar, de hacerlo visible al tema. Tengo vocación de Luisa Delfino, me cuentan, pero tampoco creo en el súper poder de los medios. En el caso de la violencia, tenemos generaciones perdidas, algunas mujeres zafan, pero otras no. Es como la crisis económica, el analfabetismo, o todas las cosas que fueron pasando en este país.
¿Cómo ves el tratamiento de la perspectiva de género en los medios?
Hay un discurso totalmente esquizofrénico. Por un lado, es de respeto y, por otro, todo el tiempo de minas en bola y cosificación porque es lo que vende. Creo que el morbo paga más. En Buenos Aires, las repercusiones de Ni Una Menos fueron enormes, pero las violencias cotidianas son tremendas.
Fotografía: Manuel Bomheker – “Córdoba Mata”