El  5 de noviembre se cumplieron 45 años de la muerte de Agustín Tosco. Recordamos  su inmensa figura con una nota que el gran periodista, escritor y poeta Francisco “Pancho” Colombo escribió el día del sepelio del Gringo. Pasen y lean.

Por Francisco Colombo*

Era un día de tragedia. Un día de tragedia griega, pero en piel y alma argentinas. Sobrevolaba la primavera, sin embargo había frío en el aire y en el corazón de cualquier hijo del pueblo. Córdoba se estrujaba el corazón como en otras fechas se dedicaba a entretejer hechos trascendentes y frustraciones que esterilizan la esperanza. Un día diferente. Un maldito día. Un día que inexorablemente tenía que acaecer. Córdoba, la ciudad de la intuición histórica estaba sumida en su propio y hondo llanto. Esposada por el temor de los secuestros y asesinatos de la Triple A. Un hijo grande –grande y humilde de veras- dejaba de caminar sus calles, inyectarle futuro en manifestaciones transformadoras, resucitar su alegría y su destino de novedad en las tribunas, con su voz ronca y firme, como la música de un órgano de una iglesia de silencio profundo. Un hijo distinto a todos, parecido a él mismo. Dueño de sus claras, francas e iluminadora ideas, sostenidas por su conducta personal intacta. Un corazón todo cuerpo, toda voz inolvidable.

Tosco

¿Y su sonrisa?

En el Club Municipal –ex Redes Cordobesas- sobre la avenida 24 de Septiembre y Roma- un lugar para los encuentros festivos y sociales, servía para una función dolorosa: se velaban los restos del ciudadano argentino Agustín José Tosco, el obrero más lúcido que tuvo la Argentina en toda su historia. Lector constante y rumiador de ideas. Uno de los intelectuales de más quilates entre los cincuenta pensadores argentinos, pero él los supera porque tenía a su favor el plus de la praxis. No sólo interpretaba a la historia, la hacía; servía de partero de esa nueva realidad y su conducta y palabra eran como las alas de un ave hermosa. Estos otros chamuyan en la ciencia- ficción, en el renovado sofisma. En la mera palabrería.

A su vera quedan los catedráticos que repiten como loros las mismas clases todos los días, todos los años, con muchas fotocopias. ¿Quién dicta la materia sobre la Reforma Agraria? ¿Para cuándo? Más, cobran esas charas todos los meses, todos los años, todos los siglos y el deber de repartir la tierra armoniosamente sigue esperando, día a día, mes a mes, siglo a siglo. Así, la universidad es un museo.

El sol de noviembre pintaba de un amarillo tierno ese día tan triste y cierto. El hombre ejemplar, el obrero símbolo, estaba acostado en un féretro como otro muerto más. No era posible comprender que ese hombre que siempre estuvo de pie, fuerte y tierno, serio o risueño como un pañuelo agitado por una mano enamorada según las obligaciones del momento, estuviese en esa posición, sin hacer nada, Sí, imposible. Pero ahí estaba el Gringo Tosco, quieto, callado.

¡Callado él, dueño de la palabra y los argumentos dialécticos e históricos que ninguno de sus contemporáneos esgrimieron nunca! Se confirmaba lo que dijo de sí mismo Walt Whitman: “Yo no soy un hombre. Soy una batalla”. La cabeza, con una cabellera rubia-castaña, de entradas sienes, de ojos grandes, ahora cerrados y el largo cuerpo, afirmaban que acababa de finalizar un combate. La batalla definitiva había concluido hacia unas horas. El niño que había nacido en la llanura en ese pueblito llamado Coronell Moldes –en el sur de la provincia de Córdoba- había terminado de colorear un cuento maravilloso en el corazón dulce de ese hombrón activo, ahora silencioso.

¡También su boca estaba estaqueada por la muerte! La gente abigarrada rodeaba, el cajón y a su muerto querido, un gran muerto, un grande que sigue creciendo todos los días. (Hay quienes afirman que sigue vivo). Una muchedumbre absorta, sorprendida y acongojada rondaba la madera brillante del sarcófago. En un momento, cuando la fila de personas que se acercaban a saludar con los ojos con lágrimas el rostro del muerto infortunado raleó un poco, hasta quedar un tanto solo, aislado entre tanta gente en movimiento, una mujer de cuerpo frágil con la figura de una chacarera de nuestro campo sureño, luego de conversar con un hombre de idéntica estampa y también vestido simple como es costumbre en los piamonteses, se acercó resuelta al Agustín yacente.

La mujer, una abuela joven, abrió decidida una cartera negra y tomó de su interior algo que llevó en su mano derecha a las manos del muerto. Las dos grandes manos del orador sagrado de los destinos del Pueblo se contactaron con un rosario de color blanco de sobria calidad, casi un puñado de arroz, ese arroz que se arroja en los casamientos. Ella lo conocía desde hace mucho tiempo, era su madre. Unos instantes antes, había hablado con su esposo.

– José, tengo la idea de ponerle un rosario en las manos a él. ¿Qué te parece? ¿No se enojarán los del gremio?

– El es nuestro hijo, tenés derecho. Nosotros se lo prestamos al gremio. Es tu sangre.

La mujer quedó un minuto de pie junto a la caja, mirando a esa cabeza que cuando pequeña peinaba pacientemente feliz.

Hacía dos años que no lo veía. Tanto tiempo en las cárceles, últimamente escondido, porque se lo buscaba para asesinarlo. Lo veía poco. Eso sí, siempre le escribía cartas.

Ella había obedecido de este modo a un mandato religioso que traía en su educación italiana cristiana, de raíz popular trascendente e irrenunciable. Sabía que su hijo no era fácil para el rezo y creía en Dios a su manera, a través de otras formas de pensar. Recordaba los diálogos donde lo central eran los temas como el alma, la creación del mundo y el futuro cielo. Venía a su memoria las coincidencias con las parábolas de Jesús y sus palabras las agiornaba con justeza. Volvía a escuchar con alegría la lista de tareas inmediatas que su primogénito enumeraba: “La verdad os hará libres”, eso dijo Jesús, le agregaba. Luego en ese tono de confianza y necesidad de hacerse entender, repetía: “Hay que multiplicar los panes y los peces, esto es, que no haya hambre, que haya alimentos para todos”.

Ella miró esa boca cerrada, de labios pálidos y parecía que de ella nacieran de nuevo estas palabras.

“ Mamá. ¿Te acuerdas del Sermón de la Montaña? ¿Por qué no tomamos el ejemplo de él? ¿Por qué seguir siempre charlando sin hacer nada? Cuidar los niños, las embarazadas y los abuelos. Trabajo y techo para todos. No matar. No hace falta tanta policía sin la riqueza se distribuye entre todas las familias, ¿no te parece? No mentir. Los gobiernos y los comerciantes no tienen que robar. Enseñanza y libros para todos. Por ejemplo, si aquí se repartiera la tierra entre quienes la trabajan, daríamos no un paso hacia adelante, sino un kilómetro hacia adelante. Libertad de creer en lo que uno quiere. Si no hay libertad, no hay nada. ¿Te das cuenta, mamá, que pensamos lo mismo”?

En su memoria vibraban estas palabras que él decía eran opiniones de cristianos y de ateos y de toda personas sensible y de buena voluntad. Quien las decía, estaba ahora a su frente, ausente para siempre. En adelante todo sería distinto. Lo miró por última vez y recordó clarísimo ese momento cuando hacia cuarenta y cinco años dos manos le acercaron un bebé, rubio y de fuertes pulmones.

Regresó al lado de su esposo, con quien había viajado trescientos kilómetros desde la salida del sol para ser parte de este espectáculo injusto. Los dos solos, un tanto desorientados, como un casal de jilgueros. La ciudad golpea al que vive en el campo cuando ingresa tímidamente a ella. Ya había cumplido con su alma al entregarle un talismán de salvación a ese ser que era carne de su carne, para que ingrese al cielo con más seguridad. A los ocho años también le había pedido no ir a la doctrina en la iglesia, porque le dijo que no le hacía falta asistir a la catequesis para ser fiel a la palabra del Crucificado. Cumplió.

¿Qué significa el Rosario? ¿Qué valor simbólico posee? En sentido religioso profundo ese vocablo se traduce como río de rosas. La rosa es una flor mística. La rosa es la reina de las flores. Es la alegoría de la mujer, (la letra M es la letra más fuerte en sí misma entre todas las letras) ella simboliza el origen y resguardo de la especie. Cuando se lo reza el creyente ingresa al estado espiritual alfa.

Todas las rosas del mundo acaudaladas por un viento musical corren por las dos grandes manos del Gringo hasta el fin de todos los faltantes sueños de la Humanidad.

¡Alegría ante su tumba sagrada, sí! (No tiene lapida, porque así las bestias no pudieron robar su cuerpo para quemarlo en una fogata como lo hacían como método).

Un niño rubio, sonriente, corre por el trigal de la llanura cordobesa tras el vuelo de las mariposas de oro. Arriba, el cielo eterno.

Este aerolito cayó en Moldes –sur de la provincia de Córdoba- el 22 de mayo de 1930. La astronomía no tiene registrado este acontecimiento natural, no obstante este meteoro está registrado en la memoria popular. En la madrugada del 5 de noviembre de 1975 había fallecido por falta de adecuada atención médica adecuada, en razón de vivir en la clandestinidad – sierras de Córdoba, Rosario, Buenos Aires- y la operación quirúrgica para extirparle un tumor en el cerebro no fue posible realizarla por no contar con las condiciones científicas e higiénicas necesarias.

 

diario cordoba

El pueblo llevó a ese acero dormido varios kilómetros a pulso al cementerio San Jerónimo – cruzando por el centro de esta ciudad que él supo ponerla de pie- sorprendido en ir a depositar tanta vida, tanta ética, tanto ejemplo, ahora un héroe con un puñado de arroz y con una crucecita de tres centímetros en sus manos grandes, esas herramientas para multiplicar la luz, los panes y los peces y donde la figura pequeñita de un hombre con las manos extendidas y una corona de espinas sigue sufriendo como la mayoría de los seres humanos.

Dos crucificados juntos, para siempre.

 colombo

*Francisco Colombo. Periodista, poeta y escritor. fue director de la Revista Umbrales.La nota que se publica la acercó al Centro de Documentación,  el periodista Daniel Klocker.

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