El Premio Nobel de Literatura 2021 al tanzano Abdulrazak Gurnah interroga a los lectores argentinos sobre cuánto saben o desconocen de la literatura africana, a la que muchas veces el imaginario circunscribe al colonialismo, omitiendo un repertorio temático y estilístico que no agota sus posibilidades en esa cuestión, tomado por el catálogo de Empatía, sello fundado por Marcela Carbajo.
Por Carlos Daniel Aletto*
La concesión del Premio Nobel de Literatura 2021 al escritor tanzano Abdulrazak Gurnah interroga a los lectores argentinos sobre cuánto saben o desconocen de la literatura africana, a la que muchas veces el imaginario circunscribe al colonialismo, omitiendo un repertorio temático y estilístico que no agota sus posibilidades en esa cuestión y que se expande a otras temáticas como la familia y las dificultades que impone la maternidad: este universo aparece representado en el catálogo del joven sello Empatía, el único que edita en la Argentina a autores del continente más pobre del planeta.
Con traducciones propias que en la mayoría de los casos inauguraron versiones en español de autores africanos, el sello fundado en enero de 2018 por Marcela Carbajo lleva editados once títulos de ficciones de los diferentes países africanos, que relatan su realidad post-colonial con textos sobresalientes por su calidad literaria. Entre ellos se destacan «Abigail» de Chris Abani; «Cántico de la acacia» de Kossi Efoui; «La montaña» de Jean-Noel Pancrazi y «Minutos de gloria», de Ngugi wa Thiong´o, quien suele ser mencionado como favorito para el Nobel de Literatura que acaba de obtener el tanzano Abdulrazak Gurnah.
«No es lo mismo leer en Wikipedia sobre el genocidio de Ruanda que leer «La mujer descalza», de Mukasonga (Foto: Pablo Añeli)
El sello nació a partir de un deseo al que Carbajo venía dándole vueltas, destinado a mostrar, a través de la literatura, otras realidades, otros contextos culturales. La editora, quien además trabaja en una empresa de tecnología, siempre pensó que a través de las ficciones uno puede empatizar de otra manera con situaciones que hasta entonces ve muy ajenas. «Después de varios meses de lecturas y organizar el catálogo, me di cuenta de lo poco que llegaba a Argentina, y a América Latina en general, de la literatura africana», sostiene en diálogo con Télam.
No solo eso: lo que muchas veces llegaba eran obras escritas desde afuera de África, de europeos que viajaban, o que habían vivido en épocas en que los países africanos todavía eran colonias. «Eso sin duda es lo que ha contribuido a crear una imagen estereotipada del continente: la jirafa recortada contra un atardecer en la sabana, los chicos de vientre prominente cubiertos de moscas», explica la editora.
«Con respecto a las lenguas autóctonas y las lenguas de los colonizadores, en general todos los autores del África subsahariana escriben en estas últimas, principalmente en francés o inglés.»MARCELA CARBAJO
Por otro lado, la literatura de esa región no es la única ficción que escasea en Argentina: lo mismo ocurre con el cine o las series. «Si le pedimos a alguien que nombre tres directores de cine africanos, seguramente lo pondríamos en un problema. Pero muchos seguramente vieron ‘África mía’, con Robert Redford», explica la editora.
Télam: ¿Hay una literatura homogénea en el continente?
Marcela Carbajo: La falta de ficciones surgidas desde el continente promueve lo que Chimamanda Adichie ha llamado «la historia única»: solo hay una parte que cuenta. Por otro lado, esos clichés también alientan una visión de África como un todo homogéneo, a pesar de que un egipcio no tiene absolutamente nada que ver con un ugandés. Pero para la mayoría de la gente, África es un todo indiferenciado, y por es necesario repetir: África no es un país.
T: ¿Es el colonialismo el tema central que atraviesa la literatura africana?
MC: Hay temas comunes que atraviesan casi todo el continente, y el colonialismo es sin duda uno de ellos. Tenemos que pensar que, mientras que acá la época de la colonia fue hace más de doscientos años, algunos países africanos recién lograron su independencia en los años 70, incluso 80. Eso quiere decir que muchos escritores actuales pasaron su infancia y juventud bajo el dominio imperial, con todo lo que implica.
Por eso muchos relatos se centran en ese shock cultural que significó pasar de una sociedad tradicional, con costumbres muy particulares, a adoptar las costumbres del «hombre blanco»: ir a la iglesia, dejar atrás la poligamia, someterse a los códigos legales del colonizador, etc. Hay dos novelas que creo que son fundamentales para entender este proceso: una es «Delicias de la maternidad», de Buchi Emecheta, publicada por nuestra editorial. La otra es «Todo se derrumba» (o «Todo se desmorona», según la traducción), del genial Chinua Achebe, un texto emblemático de uno de los padres de la literatura nigeriana. Estos relatos expanden la comprensión que el lector puede tener sobre los efectos del colonialismo. Por ejemplo, en «Delicias de la maternidad», el esposo de la protagonista es «reclutado» para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Cientos de miles de africanos fueron enviados a pelear para sus imperios en la primera línea del frente en una guerra que no entendían, que no era suya. La mayoría no sabía ni dónde estaban. Y esos hechos, como otros, fueron siendo invisibilizados.
T: ¿Cuáles son otros temas centrales o principales de las literaturas africanas?
MC: También el trasfondo de las dictaduras militares y las guerras civiles es recurrente. La mayoría de los países han atravesado, luego de su independencia, dictaduras, muchas veces muy sangrientas. Varios aún sufren esta situación. En Guinea Ecuatorial, por poner un ejemplo, Teodoro Obiang Nguema está en el poder desde agosto de 1979. Y con respecto a las luchas internas, no olvidemos que las fronteras de los países africanos fueron creadas artificialmente. Un grupo de europeos se reunió en Berlín en 1884 y trazó los límites y los territorios, dejando unas formas geométricas de lados muchas veces perfectos. Pero claro, trazaron con regla una línea que partía por la mitad a un grupo étnico. Y entonces quedaron bajo un mismo dominio dos o tres etnias con antiguas rivalidades, con religiones diferentes, con idiomas diferentes. No es difícil entender que iban a surgir dificultades dentro de cada país.
En cuanto a otros temas que también son comunes podemos encontrar los relacionados con la familia, el rol de la mujer y las presiones que genera la maternidad. Ser madre es un imperativo muy fuerte, sobre todo ser madre de hijos varones. Si una mujer no puede quedar embarazada es entonces casi lógico que los suegros empiecen a buscar otra esposa para su hijo. También el exilio está muy presente, como así también la fuerte convicción de que la educación es el medio para poder tener una vida mejor. Esto último es algo bastante notable y que aparece de manera recurrente en muchas historias: la aspiración a conseguir un título universitario y, de ser posible, de alguna universidad extranjera.
T: ¿Cuál es la diversidad y la riqueza en la literatura africana que llega a la Argentina?
MC: Estamos tratando de conformar un catálogo que pueda dar cuenta tanto de estas realidades, como así también de las particularidades de cada país. Uno de nuestros libros, «La Montaña» -que está entre mis favoritos- cuenta por ejemplo la experiencia de un niño argelino descendiente de franceses durante la guerra de la independencia. Cuando Argelia se independiza expulsa a todos los franceses, o descendientes, que tienen que emigrar a Francia. En Francia no los consideran franceses, sino pieds-noirs (pies negros), y los segregan. Creo que son estas historias particulares, contadas con gran calidad literaria y mucha sensibilidad, lo que nos ayuda a conocer de una manera más afectiva, más «empática», otras realidades. No es lo mismo leer en Wikipedia sobre el genocidio de Ruanda que leer «La mujer descalza», de Mukasonga, donde la autora cuenta su día a día y las luchas de su madre para mantener una cierta normalidad dentro de un campo de refugiados tutsis. Es un tipo de conocimiento diferente, que deja otro tipo de huella.
T: ¿Quiénes son los interlocutores y los circuitos de literatura africana en Argentina?
MC: Hay mucha gente ávida de leer historias que salgan un poco de las realidades conocidas. Quizás hay lectores que parten con cierto prejuicio, pero se produce en general un hecho que nos convence de que funciona: nuestros lectores son recurrentes. Es decir, la persona que leyó por primera vez un libro de la editorial vuelve por más, o busca otros libros disponibles de autores africanos. Si bien hay países como Sudáfrica, Nigeria, Egipto, Kenia, con una industria editorial muy desarrollada y varios escritores que logran cruzar con sus libros las fronteras, hay otros de los cuales se dificulta muchísimo obtener material. No es que en Níger o en Sudán del Sur, por ejemplo, no haya gente que escriba. Lo que pasa es que la industria editorial es tan, tan limitada, que son voces difíciles de ubicar y contactar.
T: ¿Escribir en lengua del colonizador es una traba para transmitir los problemas de las culturas sometidas?.:
MC: Con respecto a las lenguas autóctonas y las lenguas de los colonizadores, en general todos los autores del África subsahariana escriben en estas últimas, principalmente en francés o inglés. No solo porque es la lengua en la que estudiaron, y la que ahora generalmente hablan fuera del ámbito familiar, sino también porque es la posibilidad de poder ser publicados fuera de sus países. Hay un caso paradigmático, y es el del gran Ngugi wa Thiong´o, uno de los mayores escritores africanos y candidato varias veces al premio Nobel. Él empezó escribiendo en inglés, pero decidió, después de pasar un tiempo en prisión por cuestiones políticas, empezar a escribir en gikuyu. Para él, imponer una lengua es una forma consciente de colonización, de colonizar la mente de las personas, y escribir en gikuyu fue su respuesta a eso. Pero, como decía, es un caso bastante particular.
Escribir en la lengua de los colonizadores limita a veces a los autores a la hora de expresar términos muy propios de su cultura tradicional. Es por eso que vemos intercaladas, de vez en cuando, palabras en igbo, hausa, xosa, que entendemos perfectamente por el contexto. En uno de nuestros libros se relata un episodio algo cómico que expresa muy bien algunos problemas. Tiene lugar cuando se decide traducir la Biblia al idioma nativo. Ya desde el principio tropiezan con un inconveniente: la palabra «Dios» es siempre plural en ese idioma, dentro de esa cultura no existe la concepción de un Dios en singular. Si se desea traducir el concepto de «Dios único», el significado queda algo así como «dios aislado» o «dios condenado al aislamiento». ¡Pobre Dios!
Fuente: Agencia Télam.