“Un cuerpo de diez años no abulta mucho, sobre todo si está empapado en agua helada. Berfuche levantó una esquina de la manta y se sopló en las manos para calentarlas. Apareció el rostro de Belle de Jour. Unos cuervos pasaron sin hacer ruido.
Parecía una princesa de cuento, con los labios azules y los párpados blancos. Sus cabellos se mezclaban con la hierba, quemada por las heladas matinales. Sus manitas se habían cerrado sobre el vacío. Ese día hacía tanto frío que los bigotes se nos cubrían de escarcha mientras resoplábamos como toros y pateábamos el suelo para que la sangre nos circulara por los pies”.
Así describe el narrador –un policía francés de provincia- el hallazgo del cadáver de la hija del tabernero. El autor de “Almas grises” es Philippe Claudel, que escribe de manera directa y apasionante, sin vueltas. Ya en el primer capítulo –que antecede a la presentación del cadáver de la pequeña-, Claudel coloca al lector frente a una galería de personajes y lo hace con trazos rápidos, precisos y sin alardes. En realidad, el que los pone en escena es un policía ya jubilado quien, como buen narrador en primera persona, los va adjetivando de acuerdo a la impresión que aquellos le causaran veinte años atrás, cuando ocurrió “el caso”, tal como en la región se aludía al asesinato. Empeñado en dar con el asesino, el policía desvela las características de los notables del pueblo (el fiscal Destinat, el juez Mierck, el médico, el oficial Matziev) y de otros que, aunque descastados, juegan un papel central en la tragedia.
Los hechos ocurren en un pueblo francés entre 1914 y 1917, durante la primera guerra mundial, una carnicería que los habitantes del lugar miran desde lejos; desde las puertas de sus casas cuando pasan los carros con muertos y heridos, o desde las colinas, observatorio para los fuegos de metralla que iluminan el horizonte. Verdún, con su cuarto de millón de muertos, apenas si los roza. En ese marco, sin embargo, el crimen de la niña cobra una dimensión que contrasta con lo que ocurre a pocos pasos. Un contrapunto impecable que da el marco a toda la novela, crítica impecable a las locuras humanas.
Pero si bien la historia tiene todos los ganchos de una novela negra, “Almas grises” no es una novela negra. Ni policial. Ni propone un misterio a resolver, aunque tenga los ingredientes para eso y guarde un as para el final. Y no lo es porque a Claudel le importa fundamentalmente la crítica social, los claroscuros (y sobre todo, los oscuros) de la condición humana: la maldad y la hipocresía, pero también la capacidad de amar y de morir en nombre de ese amor. Y luego, claro, los remordimientos, esos golpes de dolor que no calma ningún transcurrir del tiempo.
Si la novela deja una sensación amarga es porque tiene una sólida estructura y está maravillosamente escrita. El sincero tono que adquiere el relato del policía, convence al lector para que se implique en la trama y participe de esa espiral creciente de dudas y sospechas. El hombre va recuperando el pasado a través del recuerdo amoroso de su esposa, de cartas, pensamientos, comentarios o conversaciones con personas que, como él, tienen varias cuentas por rendir.
En la reconstrucción del drama, el fiscal Destinat es el personaje central que enfoca el policía, quien a su vez es el alma gris de la novela. Destinat, contradictorio, altivo, frío, abroquelado y sin embargo –o por eso mismo- muy vulnerable, se mueve en un medio que lo reverencia porque le teme y en el cual resulta impensable vivir una pasión como esa que lo consume por la frágil y dulce Lysie Verhareine. Su desprecio por el juez Mierck es un sentimiento que éste comparte, pero si bien preferiría no cruzarlo ni en la calle, no dudará en proteger al fiscal en el momento oportuno por una simple cuestión de clase. Un mismo círculo social.
El lenguaje de Claudel (Nancy, 1962) no se apoya en adjetivos aunque tampoco elude metáforas muy bellas que ponen un toque poético -a veces hasta con un dejo sarcástico-, en esta historia donde lo gris cubre y da el tono del paisaje humano. Una humanidad marcada por la guerra, sus efusiones seudo heroicas y tremendas locuras. “Almas grises”, la quinta novela de este autor, ganó años atrás el prestigioso premio Renaudot, además de haber sido elegida como la mejor del año por la revista Lire, lo cual representa otra recompensa importante en el disputado mundo editorial de Francia.