El 28 de febrero se cumple un nuevo aniversario de la muerte del  poeta y periodista Pedro Bonifacio Palacios (1854-1917), más conocido bajo el nombre de Almafuerte, uno de los poetas más populares de la poesía argentina.

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En su obra, sus preocupaciones eran volcadas a la poética con temas como El amor, La mujer, La sombra de la patria, El hombre, el pueblo, donde no dudaba en expresar su amor a las clases oprimidas, a la que denominaba “la chusma de  mis amores”.

El autor detestaba las exhibiciones y los círculos literarios elegantes. Su realismo, su lenguaje exacerbado y voz imperante hicieron que fuera un poeta marginal de un modernismo aristocratizante que se instalaba por el Río de la Plata. Almafuerte era creyente y él se consideraba a sí mismo y se asumía como un predicador, que creía en la fuerza de su verbo hecho poesía. Almafuerte se dedicó entonces a la docencia como autodidacta en La Plata.

Rubén Darío escribió sobre Almafuerte: “En efecto: dicen, que es un hombre que huye de las exhibiciones, del trato de las “gentes”, de las mascaradas elegantes y de los círculos melosos. Que no ocupa un puesto digno de su talento, porque sufre la anquilosía moral que le impide inclinar el espinazo delante de nadie; que se ha aislado, enemigo de las hipocresías ciudadanas; que se ha dedicado al cultivo intelectual de los niños, es maestro de un escuela de tierra adentro; que es carácter bravío y muy acerado; que adora sus ideales con un hondo fervor; que ama a los pobres y a los pequeños, y que tiene la fe de su fuerza y el orgullo viril de su talento. No hay duda: ¡loco, loco de remate!”

En 1896 se lo apartó de su trabajo como docente, por carecer título oficial y también por sus poemas contrarios al gobierno. El poeta sumido en una depresión y crisis económica se instaló en su casa, en la ciudad de La Plata, donde vivió hasta sus últimos días.

Compartimos aquí un fragmento de “La sombra de la patria” (*)

 

 

                                  La sombra de la patria (Fragmento)

 

Yo la siento gemir…y el océano,

Y la selva, y las cumbres, y la pampa,

Y la nube, y el viento, y las estrellas,

Y lo mudo, y lo yerto y sin entrañas

Me parece que tiemblan; me parece

que asumen forma y proporción humana;

Me parece que vienen y se postran

Sobre la vieja púrpura de mi alma,

La eternidad de su silencio rompen

Y en un sollozo universal estallan.

 

Yo la siento gemir… Y sus gemidos

Mi dolorida pequeñez aplastan

como todos los besos del infierno

besando todos una faz honrada,

como todos los vientos del abismo

soplando, sin cesar, sobre una rama,

como toda la mole de los mundos

gravitando, a la vez, sobre una espalda,

como todo el dolor de lo creado

que a un solo corazón atribulara,

como todas las dudas de los hombres

en una sola mente refugiadas,

como todos los siglos de los siglos

en un solo segundo haciendo pausa,

como todos los astros de los cielos

que una sola vergüenza iluminaran!

 

(*) En nuestro Centro de Documentación podés buscar la poética de Almafuerte.

 

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